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Drama, bondad, egocentrismo, arrepentimiento, entrega, generosidad, amistad, solidaridad, tragedia... Todo esto podemos encontrarlo en una historia tan corta que habrás terminado de leerla antes de darte cuenta. Y lo mejor es que está tan bien escrita que ni se nota la transición de unos conceptos a otros. Casi como si de una película se tratase, te golpéan gracias al buen criterio a la hora de escoger las palabras y las frases que emplea el autor irlandés. Este es uno de los relatos más famosos del Oscar Wilde. Recuerda un poco a otros como el de «El ruiseñor y la rosa», y no me extrañaría que ambos hubiesen germinado de la misma idea. De nuevo, un pajarillo, una golondrina en este caso, se convierte en el exponente de la bondad y de la tragedia al mismo tiempo. ¿De qué va? Si en «El ruiseñor y la rosa» se destacaba la ruindad de los humanos, en este relato se ofrece una satisfacción. Y es que el conocido como «Príncipe Feliz» ha vivido toda su existencia rodeado de lujos y tranquilidad, acomodado entre las paredes de su castillo y sin preocuparse del exterior. De hecho, él pensaba que todo el mundo vivía de la misma forma, pues era lo único que conocía.
«El jardín estaba rodeado por un muro muy alto, pero nunca me preocupé de preguntar lo que había detrás, porque lo que tenía a mi alcance era hermosísimo». Sin embargo, es tras su muerte, y convertido en una lujosa estatua que se erige en un parque público, cuando descubre que su vida ha sido un sueño y que la realidad golpea salvajemente a muchísimas personas. El príncipe está triste, pero poco puede hacer en su condición de estatua y tan solo sus lágrimas evidencian la tormenta interior que padece.
«Y ahora que estoy muerto, me han colocado tan alto que puedo ver toda la
fealdad y la miseria que hay en mi ciudad; y aunque tengo el corazón de plomo, no puedo evitar el que me entren ganas de llorar». Una golondrina, tendente a amistades extrañas, se convertirá en el mensajero del príncipe. Ambos sacrificarán sus bienes más preciados para tratar de aliviar las penas de los más necesitados. Mi opinión Me ha sorprendido que este autor utilice reiteradamente un animalillo tan frágil como un pájaro, que muchos ven casi como una mosca gorda, como coprotagonista de sus relatos. Lo normal hubiese sido tratar de empatizar con los lectores con la figura de un gato o de un perro, mascotas mucho más habituales. ¿Quién sabe? A lo mejor no quería impactar demasiado a los lectores, vistas sus tendencias en los finales de los cuentos.
El relato es muy corto y atrapa de inmediato. Está narrado como si de un cuento clásico se tratase y me ha gustado la fórmula que utiliza la estatua para dirigirse al ave: «Golondrina, golondrina, golondrinita, ¿no querrías llevarle a la costurera el rubí de la empuñadura de mi espada?». Crítica social Entre líneas destaca la crítica social, esa ceguera de que adolecen los más pudientes, atrincherados en sus castillos y pensando que la vida es bella. Eso sí, cuidándose mucho de dirigir la vista hacia la dirección adecuada, no vaya a ser que aceche la golondrina para recordarles que existe algo más dramático de lo que no quieren enterarse. Conclusiones Es a lo que todos aspiramos: a tener nuestro castillo fortificado con muros protectores. Es el mayor de los éxitos. ¡Que nadie me saque de allí! No me pidas que me asome al exterior.
Pero, ¡ay, amigo!
Algún día tú también serás una estatua. Y es casi seguro que no tendrás zafiros en los ojos, como el Príncipe Feliz, ni un rubí en la empuñadura de una espada ni, mucho menos, una piel hecha de láminas de oro. Quizá puedas arrepentirte, pero no resarcirte con alguna buena acción, sobre todo porque en la vida real no serás capaz de hablar con una golondrina. Lo único que van a quedarte serán tus lágrimas de impotencia.
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