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Foto del escritorJavi Navas Llorente

El asesino del WhatsApp. Relato.

Actualizado: 7 may 2023

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El siguiente relato está incluído en el libro "Relatos de muerte II"

PARA LECTORES ADULTOS. NO ADECUADO PARA MENORES.

Esta historia está inspirada en hechos reales (lamentablemente): el asesino descuartizador de Pioz (2016). No es fiel a los hechos y la trama es fruto de mi imaginación.

El asesino del WhatsApp. Javi Navas.

FABIO dejó el cuchillo ensangrentado sobre la mesa. A sus pies, arrodillada, la mujer trataba de contener la hemorragia de su cuello con las manos.

―Mis niños... ―susurró la mujer. La voz salió entre gorgoteos y un hilo de sangre se deslizo por sus labios―. No les hagas daño... Son tus primos.

El joven la agarró por las axilas y la alzó bruscamente. Ignoró los gritos de dolor y la tumbó de bruces sobre la mesa de la cocina. Con varios tirones le quitó la falda.

Mientras luchaba por respirar, la mujer vio el reflejo de su sobrino en el metal de la campana extractora; se desnudaba lentamente. La violación coincidió con su último suspiro.

―¿Ves como no era tan difícil? ―farfulló el joven sin dejar de embestir al cadáver―. Nos habríamos ahorrado todo esto...

Los dos niños aparecieron en la puerta de la cocina, la mayor, de siete años, gritó. El menor, de cinco, se quedó paralizado.

―¡Mamá! ―gritó el chaval. Las baldosas estaban completamente cubiertas de sangre. Su madre miraba al frente sin pestañear, con ojos apagados.

Fabio soltó un taco y se subió los pantalones. Tomó el cuchillo y fue hacia sus primos.

―¡Correeeee! ―gritó la chica, arrastrando a su hermano.

Llegaron a la puerta de la entrada, pero no se abrió. El asesino apareció caminando con parsimonia, balanceando la llave con su mano izquierda y sonriendo de forma forzada.

La hermana mayor empujó al pequeño escaleras arriba y trató de seguirle. Fabio le agarró del pelo y la degolló de un tajo.

El niño corrió por los escalones sin dejar de aullar aterrorizado. Se metió en su habitación y se escondió bajo la cama.

Su primo tardó treinta segundos en llegar. Metió una mano bajo la cama y agarró al niño por el tobillo; tiró con fuerza y lo sacó. El chaval lloraba e intentó hablar sin conseguirlo.

El joven asesino se sentó sobre la cintura del chico y alzó el cuchillo. El niño gritó hasta desgañitarse. El puñal bajó y se hundió en el pecho. Y otra vez. Y una vez más. La casa se quedó en silencio.

Se limpió la cara y las manos en el lavabo y se vistió con ropas de su tío. Miró el reloj. Sacó su teléfono del bolsillo y abrió el WhatsApp.

«Ya está. Me la he follado», escribió.

Segundos después recibió la contestación de su amigo Lucas.

«¿En serio? Ja, ja. ¿Y qué tal fue?».

«Genial».

«¿Se ha dejado o qué?».

«He tenido que matarla».

«¡No jodas!, no creí que fueses capaz. Fabio, el asesino, ja, ja».

«Ja, ja. Y a mis primos también los he acuchillado».

«Joder. ¿Y los vecinos?».

«Es un chalé. Aquí, entre semana no hay mucha gente».

«Mejor, ¿y tu tío?».

«Aún no ha llegado».

«¿Y qué has sentido?».

«No sé. Es raro. Pensé que me daría asco, pero fue muy fácil. Es definitivo: soy un enfermo».

«Ja, ja. ¿Has hecho fotos?».

«No. ¿Quieres?».

«Joder, sí».

Fabio regresó a la cocina, sonrió a la cámara con el cadáver de su tía al lado y activó el disparador.

Lucas recibió la foto segundos después.

«Brutal, ja, ja».

«Espera, verás como ha quedado el pequeño».

Fabio corrió escaleras arriba y encuadró a su primo, cuidándose de mostrar el pecho acribillado y la sangre derramada.

«Joder, eres un perturbado», escribió Lucas.

«Ya te lo dije, ja, ja».

«Y ahora, ¿qué vas a hacer?».

«Esperar al cuarto».

«¿No se dará cuenta?».

«Tranquilo, lo tengo controlado».

«¿La entrada está limpia?».

«Joder, no, allí maté a mi prima».

«Límpialo cagando leches».

«Vale. Te escribo cuando esté hecho».

«Ok. Concéntrate. No falles. Buena suerte».

Fabio guardó el teléfono, fue a por su prima y la arrastró hasta la cocina. La dejó caer de cualquier manera sobre la sangre de la madre.

Tomó una fregona y limpió el recibidor. Sonrió satisfecho.

Entró en el garaje y rebuscó entre las herramientas hasta encontrar un hacha de mano. La sopesó y la giró hacia la parte roma. Hizo un amago de golpear, como si fuese un martillo. Cogió también un rollo de cinta americana. Sonrió. Regresó al salón y se sentó a esperar.

Dos horas después, escuchó el coche de su tío. Apartó un poco las cortinas de la ventana y se asomó con cuidado; le vio abrir la puerta del garaje y aparcar dentro. El portón golpeó el marco al ser cerrado desde el interior.

Cuando el hombre accedió a la vivienda por el acceso del garaje, Fabio estaba esperando con las manos en la espalda. Se quedó parado observando a su sobrino. Frunció el ceño.

―¿Qué haces aquí? Te dije que no volvieras.

―Terminamos muy mal ―interrumpió Fabio―. No quería dejarlo así.

―¿Y Marta?

―Está en la cocina ―el chico indicó con la mano abierta.

El hombre se dirigió a la cocina y Fabio lo siguió. Preparó el hacha y disfrutó del impacto que sufrió su tío al franquear la entrada.

―¡No, Marta, Beatriz! ―Se arrodilló ante su hija y le buscó el pulso. Lloró desesperado y miró los ojos vidriosos de su esposa. Se giró hacia Fabio―. ¿Qué has hecho?

El golpe le machacó la frente y cayó aturdido sobre el cuerpo de la niña.

Fabio soltó el hacha y utilizó la cinta americana para inmovilizar las manos del hombre a su espalda. Improvisó unos grilletes con la cinta que le colocó en los tobillos, limitándole los movimientos. Cambió el hacha por el cuchillo y ayudó a su tío a incorporarse. Le sujetó de las manos y presionó el puñal contra su columna vertebral.

―Camina, vamos a ver a Unai; está en su cuarto.

El hombre lloró.

―No, el niño no, por favor, dime que no le has hecho nada.

―Está bien, te espera arriba, vamos. ―Fabio clavó ligeramente el puñal en su espalda. El hombre dio un respingo y caminó con torpeza, conmocionado.

Mientras subía las escaleras fijó la vista en la habitación de su hijo. Temblaba y sollozaba. Tropezó con los escalones y su sobrino tuvo que sujetarlo.

―No, por favor, el niño no, por favor, por favor… ―murmuraba con voz temblorosa. La puerta de la habitación estaba abierta y por el hueco se había deslizado un estrecho reguero de sangre―. No, por favor. ―Incrementó su llanto.

Se detuvo justo antes de llegar a la puerta, con la vista clavada en la sangre. Fabio le empujó. La visión de su hijo, tumbado boca arriba con los brazos en cruz y con el pecho destrozado, le hizo gritar y caer de rodillas.

Fabio apoyó el cuchillo en la nuca de su tío y aspiró profundamente.

―¿Por qué? ¿Por qué? ―balbuceó el hombre.

Fabio presionó con fuerza el cuchillo y lo clavó hasta el mango. El hombre cayó a los pies de su hijo.

Se recreó con la escena. Se limpió las manos en la camisa de su tío y sacó el teléfono móvil. Probó varios encuadres hasta encontrar el más artístico y tomó una fotografía. La envió por WhatsApp.

«Está hecho».

Mientras llegaba la contestación fue a la cocina a por una cerveza. La tomó con deleite, recreándose con la visión de su tía desnuda. Se excitó. La violó de nuevo.

El sonido de los mensajes entrantes le exasperó. Se vistió y revisó la pantalla.

«Joder, eres mi héroe.

»¿Hablaste con él o le mataste sin más?

»Que se joda, ja, ja.

»¿Estás?».

El entusiasmo de su joven amigo le hizo sonreír.

«Ahora viene lo complicado: salir de aquí sin que me pillen», respondió Fabio.

«¿Has usado guantes?».

«No, hubiera sido demasiado sospechoso. Pero no he tocado nada excepto el cuchillo y el hacha».

«¿Un hacha? Se me está ocurriendo una cosa, ja, ja».

«Dime, pequeño sádico».

«Podrías descuartizarlos y meterlos en bolsas de basura. A lo mejor así consigues deshacerte de ellos sin que te pillen».

«Estás fatal».

«Quién fue a hablar».

«Vale, creo que lo voy a hacer. Después te hablo».

«Suerte, asesino».

El siguiente mensaje fue un selfie de Fabio enseñando el brazo amputado de su prima. Siguió otro en que simulaba lamer una pierna troceada y ensangrentada. La foto de Fabio sujetando las cabezas de su tío y de su primo, una a cada lado de su cara, los tres con la vista fija en la cámara, provocó un «Ooohh» de Lucas.

La última foto mostraba varias bolsas negras y grandes de basura. No estaban cerradas y por la parte superior asomaban miembros y huesos.

«Joder, qué paliza. Ahora debería limpiar todo esto, pero estoy hecho polvo».

«Descansa un poco y así haces tiempo hasta la noche o la madrugada y sales tan tranquilo, como si nada ―dijo Lucas―. ¿A que no hay huevos de echarte una siesta en la casa del horror?».

«Primero voy a limpiar y después dormiré un rato. Chao».

Varias horas después, bien entrada la noche, Fabio escribió de nuevo.

«Menudo aburrimiento. Creo que me voy a ir ya. No se ve a nadie por aquí».

«¿Y las bolsas?», preguntó Lucas.

«Las dejaré dentro, están bien cerradas y no creo que se escape el olor. Cuando los quieran encontrar ya estaré fuera de España».

«¿Tardarás mucho en llegar? ¿Te hace una cerveza en el billar?».

«Guay. Te veo ahora».

Fabio echó un último vistazo por la vivienda, revisó que no hubiese perdido nada y recogió su ropa manchada. Se asomó a la ventana y salió de la casa. Caminó unos pocos metros hasta el lugar en que había aparcado la moto de forma discreta.

Se puso el casco, montó y se marchó con calma.

«Una cerveza me sentará bien», pensó.

A su espalda quedó la casa de sus tíos, sumida en la oscuridad y el silencio.

FIN

La inspiración

Este relato está inspirado en hechos reales (lamentablemente): el asesino descuartizador de Pioz (2016). No es fiel a los hechos y la trama es fruto de mi imaginación, aunque he tomado algunas de las frases que el protagonista real intercambió con su amigo a través del WhatsApp.

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